En Ante el tiempo. Historia del arte y anacronismo de las imágenes (traducido por Oscar Oviedo, Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2006), Georges Didi-Huberman dirige la mirada hacia algunas obras de Fra Angelico que se encuentran en el convento de San Marco.Todos los frescos resultan anodinos: exhuberantes y espectaculares, sin duda, pero fácilmente enmarcables en la época y contexto del beato. Salvo uno.
El autor queda súbitamente pasmado. En el corredor oriental, justo debajo de una Santa Conversión, a la altura de la mirada, un fresco nos interroga, nos acecha: un fresco rojo como el fuego, acribillado por manchas erráticas que fueron trazadas (arrojadas) en fracción de instantes por el artista (pp. 10-11). Es Jackson Pollock en 1440. (Lamentablemente no pude encontrar ninguna imagen de este fresco en la Web, pero a los interesdos les puedo prestar mi copia del libro, donde sí hay una imagen).
Los historiadores del arte temen este tipo de aberrantes y anacrónicos enigmas. Prefieren ignorarlos, asirse de modelos prefigurados, de cronologías estáticas, de periodos y evoluciones históricas. Este tipo de fisuras, para los historiadores, no existen, son "la excepción que hace la norma" que son nuestros modelos histórico-científicos. Nos asustan.
Para Didi-Huberman, las estructuras con las que se suele pensar una imagen (como enmarcada en una ideología, en una "Historia del Arte") son ficciones, construcciones convenientes, pero de las que siempre debemos desconfiar. Se piensa al pasado como un “elemento natural”. No, nos dice el autor. No existe “un pasado exacto y puro”.
Lo que tenemos -ante una imagen- es una memoria, una organización poética impura (p. 39).
Imágenes como la de Fra Angelico nos resultan aberrantes porque no guardan ninguna relación con nuestras estructuras científicas. Aparecen de golpe, y nos golpean. Son como síntomas chocantes y enfermizos en la conciencia colectiva. Son la aberración que nos revela en un choque lo falsa y aberrante que es la norma.
Por un lado hay una "Historia del Arte" que nos es clara, segura y consciente. Pero por otro lado hay una vida inconsciente, subterránea, acechándonos, clamando por salir a flote cuando menos lo esperamos. Para el autor, no obstante, esto no debe asustarnos. No es una problema: es una posibilidad. Es la posibilidad de repensar nuestra relación con las imágenes. Mirar una imagen como solamente el producto (exacto, matemático) de una ideología, de una época, de un contexto, de una escuela, puede ser útil, pero también limitante, asfixiante. A un cuadro no lo tenemos que enmarcar en una "Historia del Arte", ni en un museo, ni en una enciclopedia. Una imagen es todo lo que nos cuestiona e inquieta. Estar ante una imagen es estar ante el tiempo, ante la duración: una dialéctica entre cronología científica y anacronismo aberrante (p. 42).Todo artista juega con su tiempo, según sus personalísimas experiencias y lecturas: manipula una multiplicidad de tiempos, de vida consciente e inconsciente.Toda imagen juega libremente con la memoria (personal y colectiva, consciente e incosciente).