de El Comercio
Por: Roxabel Ramón Huaroto
Al pequeño Fabricio y sus amigos la palabra museo les sonó siempre a sabiduría inalcanzable, a silencio, a prohibido tocar. Por eso, cuando recorren el recién inaugurado Museo Comunitario de Písac se reprimen las ganas de ilustrar a los visitantes (extranjeros y limeños) sobre las piezas en exhibición. Al principio, los niños perdonan con risitas cómplices la ignorancia de los turistas, pero pronto entran en confianza y comienzan a corregir y aleccionar a quienes no tenemos idea de qué es exactamente una apacheta, una uncuña o de cómo se ensambla una chaquitaqlla.
“En tantos años no nos habíamos interesado por nuestra cultura. Veíamos cómo otros se admiraban. Pero ahora, con el museo, creo que vamos a empezar a valorar”, reflexiona Francisco Rojas, quien fue elegido presidente del museo por sus paisanos. Asesorado por antropólogos mexicanos y financiado por una fundación estadounidense, él ha dedicado cuatro años a este proyecto que al principio le pareció imposible. Su labor consistió en involucrar a las 12 comunidades o ayllus del distrito de Písac —a media hora de Cusco, en el Valle Sagrado— en la construcción de un museo propio.
Para ello fueron necesarios varios talleres, asambleas, caminatas a sitios arqueológicos y un inventario minucioso de los tesoros que algunos vecinos fueron revelando en el camino: momias que conservaban en sus casas; textiles inéditos, así como armas, herramientas de trabajo, instrumentos musicales y juguetes que sus abuelos dejaron de usar y ellos reemplazaron por objetos modernos, pero que preservaron porque supieron darles valor documental.
Las comunidades eligieron los elementos que debía albergar el museo, según la importancia que estos tenían en sus vidas: desde lo útil hasta lo sagrado. También se han recreado actividades ancestrales aún vigentes, como el hilado, la artesanía o la elaboración de la chicha de jora.
El museo, que abrió hace una semana, es capaz de integrar a Písac y a sus 12 ayllus, con la preservación de identidades. En el primer ambiente, por ejemplo, aparece una foto de los varayoc (jefes) de diferentes comunidades; aunque a primera vista estos lucen uniformados, un ojo más avisado puede advertir sutiles diferencias en los diseños de sus ponchos, chullos y bayetas. Fabricio y sus amigos son capaces de reconocer de qué pueblo proviene cada varayoc por esos dibujitos en su vestimenta. En otro ambiente del museo, aparece un mapa gigante que ubica 12 sitios arqueológicos (cada comunidad tiene uno, como apu protector) y explica la importancia, antigüedad y características de cada uno. Mientras el centro termina de ser equipado, Rojas y su junta directiva hacen cuentas para sostenerlo.
¿Podrías darme el crédito, no?
ResponderEliminarpa ver pues, si estás atento....
ResponderEliminartodo este artículo gracias a Juan Luis Balarezo Revilla
"Asesorado por antropólogos mexicanos y financiado por una fundación estadounidense, él ha dedicado cuatro años a este proyecto que al principio le pareció imposible."
ResponderEliminarMe hace pensar en qué está detrás de esta ausencia y desinterés del estado peruano en crear estos espacios...
Pienso en la diferencia entre un museo de la memoria precolombina y un museo de la memoria del conflicto interno. En el último caso no es solo indiferencia, sino también sabotaje.
Luis Freire (humorista de monos y monadas) publicó en los años 80tas en la revista "el idiota" un texto donde confundía deliberadamente el descubrimiento de una fosa común de desaparecidos con el descubrimiento de una tumba real precolombina. Humor negro que no da nada de risa, pero que dice mucho de nosotros.
Lo leyó en septiembre en la presentación de "Por el derecho a la vida.." en el Galpón Espacio. Voy a buscarlo...
"Voy a buscarlo..."
ResponderEliminarMe encatan los comentarios de Vicente: siempre muy telenovelescos.
jajajajajajajajajajja...
ResponderEliminarparapolítico-telenovelesco
Cuánto feelin en este blog. Siempre todo se dice con cariño.
ResponderEliminarLo que dice Vicente es cierto y lo comparto. En Andamarca visité un museo que reunía muchas de las características del de Pisac: las piezas fueron recolectadas por los organizadores que iban pidiendo de uno a uno objetos del patrimonio de las personas del lugar. Muchas de estas personas tenían, en sus casas, momias, vasijas, telares, etc. El problema con este museo es que no puede ser reconocido institucionalmente como tal porque los ciudadanos de este distrito no tiene el dinero para registrar las piezas ante el INC (creo que ya no se llama así?). De todos modos, Andamarca es increíble y su MUSEO espectacular.
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