martes, 19 de mayo de 2009

Comentario al debate que se generó sobre la identidad nacional y sus vínculos con el arte y la memoria.

Está muy interesante el debate. El artículo del profesor Arroyo es, sin duda, bastante estimulante, en la medida en que nos hace conocer la perspectiva de un interlocutor del ámbito académico que reflexiona sobre identidad nacional y, además, se presenta como un buen motivo para, a partir de este, podamos compartir nuestros puntos de vista. Paulo, fue una excelente idea que nos lo presentaras.

Ahora bien, creo que para analizar lo que el profesor Arroyo sostiene al hablar del término “identidad” valdría la pena realizar la distinción entre pre-reflexivo y reflexivo. Me valgo aquí de la distinción que hace Wilhelm Dilthey, pero no lo comprometo con mi interpretación personal de su trabajo. Así, pues, cuando el profesor Arroyo utiliza la palabra “define”: según interpreto aquí, Arroyo se está refiriendo a un plano pre-reflexivo del definir. Tal vez, para hacer el link con el post de Sergio, en el sentido que alude Agustín respecto del conocimiento de sí mismo (se nosse) previo al pensamiento de sí mismo (se cogitare). Lo que habría aquí sería un conocimiento de sí mimo que es concomitante a toda actividad humana que puede actualizarse en el plano reflexivo en el efectivo pensamiento de sí mismo. Es decir la identidad misma, tal vez, como señala Paulo, rondando el principio de identidad entendido como categoría ontológica. Así, pues, de acuerdo con las categorías señaladas (pre-reflexivas y reflexivas), a esta de-finición a este “perfilar la identidad” al que refiere Arroyo podríamos colocarlo dentro del plano pre-reflexivo. Sin embargo, considero que con ello nadie se hace problemas, no es motivo de discusión, es tanto en el sentido de que “yo soy yo”, “tú eres tú” y “yo no soy tú”. El problema aparece al momento de pasar del plano pre-reflexivo al reflexivo. Cuando pasamos de la idea de identidad concomitante a toda acción humana al plano de reflexionar cuáles son las características teóricas y específicas que determinan una identidad y la diferencian de otras.

A lo que normalmente aluden las discusiones sobre identidad, pienso, es al segundo plano. Por tanto, el presupuesto de que existe una identidad del tipo señalado, aunque es correcto epistemológicamente, considero que no ayuda a solucionar la pregunta de si hay o no identidad nacional; porque obviamente un sujeto no existe como sujeto aislado del mundo, sino que existe como perteneciente a una tradición, a una historia, a un lenguaje, etc. De acuerdo a esto podríamos delimitar más y decir que un hombre pertenece en primera instancia a una comunidad particular (digamos su lugar de nacimiento), luego, a la región donde queda esta comunidad, luego al país donde queda está región y luego al continente (creo que la idea se entiende). Y que finalmente la identidad, aun no tematizada, nos remite a un continuo en el que estaríamos inmersos todos en una relación de menor pertenencia a mayor pertenencia. Pero, como señalo, el problema surge cuando se tematiza la idea de “identidad”. Creo que es allí, por la falta de hacer las distinciones suficientes (recuerden que estamos en el plano de la teorización, en el que hay que ser muy cautos al hacer las distinciones necesarias para no generar problemas posteriores al razonamiento emprendido), que surgen afirmaciones poco analizadas o en las que no se ha reconocido suficientemente los factores importantes a lo largo de las aseveraciones. Me parece que, aunque la mayoría de las intuiciones de Arroyo son correctas, muchas veces (en tanto no distingue entre los planos que he planteado como plataforma de análisis), cae muchas veces en afirmaciones generales o muchas veces, diría yo, un tanto extremistas.

Por ejemplo, parte de señalar del hecho de que las personas vivan en una comunidad determinada (identidad en el plano pre-reflexivo), una identidad tematizada. Claro que la primera es la condición de posibilidad de la segunda; sin embargo, el paso de un plano a otro no debe ser realizado sin más análisis ulteriores. Es decir, cuando se refiere a las regiones, por ejemplo, pensar que elementos como la oposición a otros grupos, digamos, las luchas sociales, generen identidad, me parece una afirmación un poco apresurada. En principio, considero, y aquí creo estoy rondando la línea que sigue Horacio, que no podemos hablar de una identidad cuzqueña o arequipeña sin más. Me parece que no podemos, a partir de presuponer una homogeneidad en todos los individuos de un lugar determinado, señalar casi coercitivamente que todos pertenecen a un grupo determinado y que se identifican. Aquí, pienso, por ejemplo, en el caso de las montoneras de Cáceres durante la guerra con Chile. En esa época lo que ocurrió fue que tanto campesinos como gamonales se unieron para enfrentarse al que en ese momento era un enemigo común: Chile. A partir de allí se empezó a hablar de cierta identidad, nuevamente confundiendo los planos y elementos en cuestión. Una vez que acabó la guerra, las cosas volvieron a la normalidad y el gamonal seguía siendo gamonal y el campesino, campesino. Es decir, habría que preguntarnos si luego de la guerra el campesino se identificaba con el gamonal y viceversa. Por lo visto las “identidades” que surgen a partir de la guerra o las luchas sociales son tan efímeras que no resisten la teoría o que la teoría está mal planteada.

Por ello señalo, el problema del tema de la identidad surge al momento de tematizarla y no hacer las distinciones suficientes. Arroyo, en algunos casos, recurre al recurso de la oposición, siempre habla en términos de lucha social, o si no se remite a un pasado remoto (el incanato para los cuzqueños) bajo el cual se determinarían las supuestas identidades. Muchas veces a componentes del imaginario social que pueden estar bien fundados o no, y como es lógico, con ello no hay problemas, salvo que sirvan para justificar oposiciones extremistas entre distintos grupos que por creencias de carácter hiperbólicamente ideológico pueden llegar a oponerse al punto de generar violencia social. Por consiguiente, para el caso de Arroyo, en suma, todo tipo de regionalismos que él considera un potencial de sentido nacional que finalmente opone (esto es lo más curiosos del caso) a una supuesta república criolla que ha gobernado al Perú desde inicios de la república, pero que felizmente estaríamos en un momento capital en la historia en la que quedaríamos a portas de emanciparnos de ellos gracias al auge de los gobiernos regionales. Así, dichos, proyectos regionales acabarían con la homogeneización en tanto abrirían el paso a la diferencia y se constituiría una identidad nacional no mediante la suma de identidades regionales, sino mediante la aceptación de las diferencias (o algo así, esta parte del texto a la que aludo no me parece tan clara). Así, la manifestación de las distintas supuestas identidades regionales acabaría con la narrativa hegemónica de la capital que afirma que no hay identidad nacional cuando en realidad los únicos que no la tendrían serían aquellos que viven e la capital. El motivo al que se alude, tal vez: el fenómeno de las migraciones. Pero, nuevamente, aquí hay que ser cautos en nuestras afirmaciones; es decir, el fenómeno de la migración no solo se ha dado en Lima, sino también en el resto de capitales y ciudades grandes del país: es el caso de Tacna, donde muchos puneños viven actualmente; o el caso de Arequipa, donde ocurre lo mismo; Trujillo, a donde llegan distintas personas (piuranos, por ejemplo) por temas de acceso a educación, entre otros. Y, en fin, así en general.

Pienso que no se debería, al confundir los dos planos, hablar en, a nivel del discurso, de identidades regionales y nacionales, en sentido fuerte. Al contrario, habría que ser muy finos y llegar a distinguir qué factores estamos presuponiendo en nuestras afirmaciones. Para el caso de Arroyo, la exaltación de las diferencias -las “identidades” regionalistas (como que hubiera una esencia del cuzqueño o huancavelicano y la gente del lugar no pensaría de manera diferente), no contribuyen a generar una idea identitaria de conjunto. Sino que, debido a estos presupuestos esencialistas y, más bien, al exaltan las diferencias (los supuestos criollos gobernantes y el resto del país) se consigue únicamente obviar ciertos planos que hacen que nos correspondamos como compatriotas. Es decir, pertenencia a un lenguaje, a un pasado que, aunque nos determina en nuestro actuar, lógicamente es móvil y se actualiza –nuevamente el link con el post de Sergio- cada vez que lo re-memoramos y que en ese sentido nos proyecta hacia un futuro que, aunque depende de un pasado, está abierto a la posibilidad. Así, como señalé en el mail que les envié hace un tiempo, mediante la memoria actualizamos el pasado en tanto que este tiene un carácter móvil, no estático, y en tanto ello nos proyectamos hacia un futuro abierto a la posibilidad.

Por ello pienso que la exaltación de las diferencias que presuponen más bien, hecho estáticos, subsistentes, no hacen más que, no solo correr el riesgo de estar mal formulados epistemológicamente, sino que pueden, vía la praxis política, degenerar en más exclusión, más segregación y hasta incluso modos de violencia armada. Más bien, claro, la coopertenencia a una comunidad tiene un carácter móvil. Aquí sigo a Paulo en su ejemplo respecto de cómo los grupos minoritarios limeños de mayor poder adquisitivo van trabando contacto con lo que antes era ajeno. Ahora, el elemento económico que está presente, la explotación de los productores de alimentos para la creación de la cocina novo andina, es otro elemento a considerar pero que creo debemos distinguir un poco más.

Es allí donde el arte me parece fundamental –no quiero que suene esto a una apropiación del arte para justificar una tesis, es más, me parece que, incluso, esta objeción sería rebatible- en tanto nos permite dar cuenta del carácter móvil de aquello que tenemos en mente al momento de contemplar una obra artística. Es decir, nuestra experiencia será siempre renovada. Aquí se efectúa el juego en el que la memoria participa, con carácter móvil, es decir, que unos momentos privilegia una experiencia –olvidando otras- y la actualiza en un momento determinado y siempre de manera constante. Del mismo modo sucede con el tema de la identidad nacional, que sin duda está trabado con el tema de la memoria; es decir, nuestra pertenencia a un pasado común también tiene ese carácter móvil, no estático, que siempre vamos actualizando y de esa manera se van generando nuevos vínculos entre los sujetos que componen la comunidad.

No se hablarían, tal vez, de tantas diferencias si se admite el hecho de que, como afirmé en un principio, nuestra copertenencia como compatriotas se mueve dentro de un rango que va de mayor copertenencia –comunidades primarias, p.e. una ciudad- a menor copertenencia –comunidades mayores, p.e. una región- y luego a un rango de mayor alcance geográfico pero tal vez de menor capacidad vinculante: un país. Y ahí me parece genial la pertinencia del arte puesto que permite sacar a la luz aquello que por distintos factores –políticos, intereses personales- parece oculto. Es decir, instaura significación. Vamos, pongámonos heideggerianos y digamos: instaura mundo arrancándoselo al ente bruto, sin significado. Así, tiene la fuerza de generar significado donde antes no había o donde antes solo había uno confuso y distorsionado- por ejemplo por factores hiperbólicamente ideológicos.

Para concluir, el problema que yo encuentro en la tesis de Arroyo es que sus afirmaciones presuponen la existencia de dos planos (pre-reflexivo y reflexivo). Pero que, sin embargo, al memento de tematizarlos como correspondientes a la identidad no los distingue y por ello realiza afirmaciones generales y en algunos casos extremistas. Sin embargo, sus intuiciones son muy interesantes en tanto nos permiten trabajarlas para confrontarlas con nuestras propias ideas.

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